Leyendo con mi grupo de lectura La Casa Maldita de Bárbara Wood, nos encontramos con una protagonista joven, 25 años, que regresa a la casa de su familia paterna, desde donde su mamá se la llevó cuando tenía 5 años, buscando sus recuerdos perdidos.
Al morir su madre y estar ella a pocos meses de contraer matrimonio, quiso averiguar lo que su madre le ocultó todos esos años y se va, dejando su vida londinense para llegar a Pemberton Hurst, propiedad de su familia.
Inmediatamente se dio el debate en el grupo, ¿haríamos nosotros lo mismo?, ¿buscaríamos nuestro origen o datos de nuestros antepasados?
La mayoría respondió que no, que no lo harían porque no tiene caso buscar relacionarse con personas desconocidas, que aunque compartan la misma sangre y apellido, no tienen nada en común.
Yo opiné que sí, que yo hurgaría en el pasado para conocer más de mi historia, saber de dónde vienen mis antepasados y mantener el contacto con la familia aunque sea de lejos.
Entonces comenté que gracias a Facebook nos habíamos conocido los descendientes Lavarreda, apellido poco común en Guatemala y desconocido en el resto del mundo, organizamos reuniones, con comida de por medio, e intercambiamos nuestros conocimientos de lo que sabíamos de nuestra familia, de nuestro antepasado, Héctor de La Barreda, quién al llegar a suelo guatemalteco cambió su apellido a Lavarreda.
La historia es muy interesante alguna vez la escribí en este mismo espacio y vuelvo a compartirla para quien quiera leerla.